(…) Otro cruce de miradas y todavía otra miradita más entre cantante y director, fue suficiente y el detonante como para que, ahora ya sí, se comenzaran a escuchar los primeros acordes y las primeras notas; con los instrumentos de cuerda iniciando, de “Die Zauberflöte”, obra maestra de la ópera del genio austríaco Wolfgang Amadeus Mozart. La composición abrazaba a todo el auditorio. La música se convertía en poesía en ese instante. Otra vez, situados a mi derecha, unas treinta localidades más allá, pude distinguir de entre aquel sector del auditorio, a aquellos dos mismos individuos que habían viajado conmigo en el mismo vuelo de San Petersburgo (…)