(…) Monique comenzaba a sentirse observada e incómoda. La voz femenina enlatada avisaba de las próximas estaciones en las que el metro efectuaría su parada. Châtelet sería la próxima estación. De aquel hombre, le llamó la atención un tatuaje en forma de crucifijo que le sobresalía por encima del cuello del jersey y que le alcanzaba hasta la oreja derecha. Muy difícil de disimular La mujer, en cambio, con el pelo teñido de rubio, y un poco descuidado, no había conseguido ni siquiera disimular las raíces negras, que, por otra parte, eran muy visibles. A pesar de que Paris era una ciudad muy cosmopolita, con mezcla indisoluble de razas y etnias, ese par de individuos, eran de los que, muy probablemente, les gustaba hacerse notar, vaya, que no pasaban nada desapercibidos (…)