Sabéis, en mi caso me he encontrado muy cómodo escribiendo tanto de noche, a última hora, cuando todos en casa ya estaban en la cama, o bien por la mañana, muy temprano, cuando todavía nadie en casa se había despertado. Escribir por las mañanas, hacer el primer café con ese aroma que te despierta en cero coma, antes de comenzar una nueva jornada, preparar el desayuno para todos,… son aquellas pocas rutinas que te hacen ganar tiempo al día y lo que es más importante: que sientas que lo estás aprovechando desde que te levantas. En algunos momentos, me he sentido más lúcido e inspirado, con muchas ganas de escribir todo lo que se me ocurría; en otros momentos, en cambio, he preferido tomármelo con un poco más de calma, o simplemente, dejar el proyecto aparcado a la espera de mejores días. También he descubierto que es necesario. El poder teletrabajar desde casa, no lo negaré, también me ha ayudado a que pueda dedicarle horas al libro. No me he sentido nunca con la obligación de tener que escribir.
Quizás por esto, tampoco nunca me he comprometido en tenerlo terminado en una fecha concreta. Lo que sí recomendaría a quien me lo pidiese, sería el de poder ejercitar la mente ya de buena mañana. Ir a la piscina antes de ir a trabajar, y poder entrar, ni que sean quince minutos en la sauna seca, me resulta tremendamente productivo para el resto del día. Allí, aprovecho para repasar temas pendientes y me ayuda, estratégicamente hablando, para definirme o posicionarme en los nuevos temas o proyectos que vendrán. Solamente son quince minutos… a los que pienso que les estoy sacando un muy buen provecho, sobretodo en los meses fríos de invierno.